Viajes: A mis cincuenta

En mi cincuenta aniversario, emprendí un viaje que no solo me llevó a explorar tierras lejanas, sino también a recorrer los senderos profundos de mi propio ser. Este viaje, que me llevó a través de Tailandia, Bali, Camboya y Vietnam, se convirtió en un reflejo de los cambios que han moldeado mi vida y de los nuevos horizontes que me esperan.

El bullicio de Bangkok, con sus templos dorados y su vida nocturna vibrante, me recordó la energía y vitalidad que aún residen en mí, incluso después de medio siglo de vida. En Phuket, entre sus playas de arena blanca y aguas cristalinas, encontré momentos de serenidad que me invitaron a la reflexión, a considerar cómo he llegado hasta aquí y hacia dónde deseo dirigirme.

Lamentablemente, al cuarto o quinto día de mi estancia, comencé a sentir una extraña enfermedad que me acompañó a lo largo de más de mes y medio. Yo soy muy reacio a ir a médicos, la verdad, y en esta ocasión, dado que tenía todo el viaje cuidadosamente organizado, tampoco podía detenerme lo suficiente como para conseguir una cita médica, hacerme análisis, esperar resultados… Así que fui arrastrándome, literalmente, por todo el sudeste asiático, sintiendo todos los síntomas que puede padecer un ser humano. Por ese motivo, no hay vídeos de este viaje. Me hubiera encantado hacerlos, pero realmente me sentí al borde de la muerte durante casi dos meses.

Chiang Mai, con su aire de misticismo y tradiciones ancestrales, me permitió conectar con mi esencia, reconocer la importancia de la espiritualidad en este nuevo capítulo de mi vida.

En Bali, me sumergí en la naturaleza exuberante y la calma de sus templos, donde cada ola que rompía en la costa parecía llevarse mis temores y dejarme con una profunda paz interior. Bali es uno de los lugares más excepcionales de la tierra. Es como si todos los habitantes de un lugar se hubieran conchabado para protagonizar una asombrosa obra de teatro de marionetas de proporciones gigantescas.

 

Camboya, con la majestuosidad de Angkor Wat y la historia dolorosa de Phnom Penh, me ofreció una perspectiva sobre la el tesón del ser humano y su capacidad de superar las adversidades. Fue un recordatorio de que, a pesar de los desafíos que la vida presenta, siempre es posible encontrar belleza y sentido en el viaje.

 

Vietnam, de norte a sur, fue un descubrimiento constante. Desde la serenidad de la bahía de Halong hasta el encanto antiguo de Hoi An, desde la historia vibrante de Ho Chi Minh hasta la simplicidad de Vinh, cada lugar me enseñó que la vida es un mosaico de experiencias, donde cada pieza tiene su lugar y su propósito.

Este viaje, más allá de los paisajes y las culturas que descubrí, fue una celebración de la vida en sí misma. A los cincuenta, me encuentro en un punto de inflexión, donde la sabiduría adquirida se une a la curiosidad por lo que aún está por venir. Es un período de reflexión, sí, pero también de renovación, de reencontrarme con mis sueños y de abrazar el cambio con la misma pasión que me ha acompañado durante toda mi vida.

Regreso de este viaje no solo con recuerdos imborrables, sino con una claridad renovada sobre lo que significa vivir plenamente. He comprendido que, aunque los años avancen, el espíritu puede seguir siendo joven, y que cada día es una oportunidad para crear, explorar y amar. Mis cincuenta años son solo el comienzo de un nuevo y emocionante capítulo, donde la aventura de vivir continúa, más vibrante y significativa que nunca.

Si algún día prohíben viajar, mi vida ya no tendrá sentido.

 

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