Viajes: Filipinas
Mi viaje a Filipinas fue una travesía que me llevó a descubrir paraísos ocultos y a reencontrarme con los ecos de un pasado que, de alguna manera, también forma parte de mi historia. En este archipiélago, donde el cielo se funde con el mar en una paleta infinita de azules, cada isla y cada rincón me ofrecieron un reflejo de la belleza y la complejidad de la vida misma.
Mi primera parada fue en Atenas, una ciudad que ya conocía, pero que tuve la oportunidad de redescubrir, empapándome de la filosofía clásica que todavía hoy se respira en sus calles y monumentos.
Manila, la vibrante capital, me recibió con su mezcla fascinante de modernidad y herencia colonial. En sus calles bulliciosas y en los antiguos muros de Intramuros, sentí la presencia del pasado español, una herencia compartida que, aunque lejana en el tiempo, despertó en mí un sentido de conexión y pertenencia. Caminar por esas calles fue como retroceder en el tiempo, sintiendo la historia en cada esquina y comprendiendo cómo el pasado moldea el presente de formas a veces sutiles, pero siempre profundas.
Desde Manila, me aventuré hacia Bohol, una isla que me sorprendió con su naturaleza exuberante y los impresionantes Chocolate Hills. Aquí, el tiempo parecía detenerse, permitiéndome respirar profundamente y apreciar la simplicidad y la paz que la naturaleza ofrece. En Panglao y Alona, las playas de arena blanca y aguas cristalinas me invitaron a sumergirme en un estado de contemplación, donde cada ola que acariciaba la orilla era un recordatorio de la constante renovación de la vida.
Cebu, con su rica mezcla de historia y modernidad, me permitió seguir explorando la herencia española en sus antiguas iglesias y fortalezas, mientras que su energía vibrante me recordó la importancia de abrazar el presente con entusiasmo y gratitud.
Puerto Princesa y El Nido, en la isla de Palawan, me revelaron algunos de los paisajes más impresionantes que jamás había visto. Sus playas vírgenes y lagunas ocultas, rodeadas de imponentes acantilados de piedra caliza, eran verdaderos paraísos perdidos. Coron, con sus lagos secretos y arrecifes de coral, me mostró la fragilidad y la belleza del mundo natural, inspirándome a valorar y proteger estos tesoros que, aunque remotos, forman parte de nuestro hogar común en este planeta.
Finalmente, llegué a Baguio, una ciudad que me cautivó de manera especial. Su clima fresco, su ambiente montañoso y sus pinos majestuosos me ofrecieron un respiro, un espacio para la introspección y el descanso. Aquí, entre sus colinas cubiertas de niebla y su tranquilo ritmo de vida, encontré un rincón donde el alma podía rejuvenecer, un lugar donde pude reflexionar sobre todo lo vivido en este viaje y lo que ha significado para mí.
Filipinas no solo me regaló paisajes de ensueño y la oportunidad de caminar entre los vestigios de un pasado compartido, sino que también me ofreció un espacio para el autodescubrimiento y la reflexión. Este viaje fue un recordatorio de la belleza que existe en el mundo, incluso en los lugares más recónditos, y de cómo cada experiencia, cada encuentro, nos moldea y nos enriquece.
Regreso de Filipinas con el corazón lleno de gratitud y la mente renovada, consciente de que los paraísos que descubrí no son solo físicos, sino también internos. He aprendido que la vida es un viaje continuo, donde cada paso nos acerca más a la comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Y en este viaje, cada destino, cada momento, es una oportunidad para crecer, para aprender, y para recordar que la belleza de la vida radica en su diversidad y en su capacidad infinita de sorprendernos.